El pueblo que duerme
Para mí Zavalla siempre fue una aventura, un destino incierto, un escape del cemento conocido. Es lo que cualquier local odiaría: un destino turístico. En Zavalla caminás y la gente sabe que no sos de ahí. Es tu ropa, tu forma de andar, es tu cara desconocida. Al local no le gusta que andes de excursión por el pueblo y encima exclames lo pintoresco que te resulta el perro peludo durmiendo en la vereda caliente. En Zavalla cuando pedís indicaciones te las dan en metros o referencias fijas. Cuando llegás a la puerta verde, doblás en esa esquina y el almacén está ahí al toque. ¿Y si me pierdo? Acá no te perdés. Y vos hacés caso, salís, das algunas vueltas intentando perderte y no hay con qué darle, de una forma u otra volvés al mismo lugar. A la única casa con un girasol del tamaño de un poste adornando el jardín frontal. O a la casa de ventanas llenas de telas de araña y una puerta que nadie podría creer que tiene cerradura. Una casa simétrica, hecha por un arquitecto obsesivo, que le p